septiembre 23, 2014

Sobre mi muerte

Me mataste la mañana lluviosa de un domingo de octubre en el zaguán de la casa de tu abuela, llevabas los ojos cansados del desvelo y tu ropa de iglesia, me miraste indiferente y con el puñal de tus palabras suaves, seguramente ensayadas frente al espejo, apuntaste directo a mi corazón los "hasta siempre" de una despedida de cartón de la basura.
Me mataste con la severidad del adiós de quien se miente los sinsentidos, con la taquicardia de todas las emociones que no vieron el amanecer.
Me mataste porque tuviste la oportunidad de hacerlo y me transporte a la platabanda de unos meses antes, donde el todo bien o el todo mal no importaban tanto si al final del día tenía tu mano fuerte para subir a la colina y ver salir las estrellas.
No quise saber si mi muerte tuvo en tu cotidiano una repercusión fantasmal, o si fuiste a mi tumba inventada a dejarme flores de plástico. Apague los tambores que me salían de adentro y heche cenizas al fuego que encendía todos los bailes que ensaye para verte ensanchar el pecho. No hubo más ruidos, mi muerte puso en silencio cada intento orquestal por emocionar mi alma y mi fantasma vagó por la esquina de tus mentiras.

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