septiembre 21, 2014

Roto

Las personas rotas juegan a la muerte todos los días, tienen la mirada gris y los cabellos amarillentos de amar en vano, de besar el viento, de abrazar los espacios vacíos.
Las personas rotas tienen las noches sin estrellas, las fiestas sin música y las alegrías sin danzas, porque no saben bailar ni celebrar el cuerpo. Tienen cada partecita rota y parchada, porque de algún modo tienen que seguir andando.
Las personas rotas sueñan que son perfectas, y en la oníria de lo que no será, consiguen convencer a su deseo, pero cada mañana amanecen en el piso, recogiendo los pedazo estrellados contra el frío.
Las personas rotas tienen las emociones entumecidas, no lloran porque se les acabaron las lágrimas siendo aún muy jóvenes y tienen por corazón una máquinita rústica a la que dan cuerda a diario para seguir autómatas y desalmados. Porque están rotos, piensan que son dueños de una verdad pintada con los codos y bucean sin tanques de oxígeno por los manantiales del hastío cotidiano. No se emocionan fácilmente, pero cuando lo hacen, brota de su fuente divina la luz suficiente como para que los tambores de la vida en tres minutos suenen una vez más, prolongando así sus vidas, lo que dure el instante en el que algo tocó sus almas intangibles.
Las personas rotas tienen la tos ronca y hemorragias crónicas en el núcleo de las sensibilidades, censuran sus deseos y se sienten seducidos por los encantos de la oscuridad que encandila como varios soles. Son personas rotas porque nacieron del ocaso de amores de estación, de personas vencidas, en los veranos lluviosos, en los inviernos más húmedos, con un halo invisible de dolor trashumante, sorteando en la vida la fortuna de quienes cantan canciones desamoradas actuando una cordura y una unidad que les resulta ajena.
Las personas rotas se saben rotas, se saben fragmentadas y sufren las amistades. Se mienten momentos de plenitud los meses de abril y las melodías que hacen que el corazón cruja como hojitas en el otoño.
Las personas rotas suelen romper a otras personas rotas, y son ajenos a los saberes del amor. Tintinean los pies y chasquean los meñiques, no saben aplaudir y tienen cicatrices que les permiten identificarse entre ellos, que están rotos, con la marca indeleble del invierno eterno.

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