agosto 31, 2014

Una historia verídica.

Temido y taciturno era el rumor de sus ojos, contrastaba la avellana en su resplandor con los rulitos morochos que enmarcaban su sonrisa de abulico encantador.
¿Y si jugamos a los exploradores?.
Le hice crecer la barba hasta el piso, la decore con flores del campo que encontramos bailando zambas cuando barriamos el terreno para armar nuestro campamento de misterios, de brujas con viruela y de viajeros del tiempo.
¿Tenemos todo?, le oía preguntar, nos abrochamos el cinturón y con mi vocecita chiquita y quebrada hice despegar nuestra nave improvisada de papel y de inocencias. Nos estábamos alejando, nos estaban creciendo alas de imaginación oportuna, a mi en la espalda, a él en los pies. Nunca volví a sentirme tan infinita como cuando dejamos atrás la atmósfera terrestre.
La constelación de escorpio coronó la sinfonía que quise escuchar al acercar mi oído a su pecho fuerte, que orquestaba piezas musicales de otros tiempos que no fuimos a conocer, la magia fortuita de los que son capaces de crear con el sentimiento puro de anhelar la compañía y la comodidad de saberse comprendidos.
Bajamos en un asteroide inventado, chiquito y algo sucio para clavar la bandera de la imaginación tejida en los últimos veranos del planeta. Mi mascota imaginaria, un perro de tres colas entonó nuestro himno aventurero de bandoleros a caballo, creímos poseer todo lo importante  y ofrecimos nuestros cantares melancólicos a la fortuna.
De los ojos me salieron los colores de una música inventada con dos pies izquierdos, el corazón me rebalso y no pude volver a usar mis diques de seguridad frente a su guardia.
Casi sin darnos cuenta nos dormimos mirando las lunas de saturno con sus colores estroboscopicos y sus oscilaciones mecánicas, con sus lagos de metano líquido Titan nos confirmó eternos. El tiempo se volvió más lento y soñamos lo que nos duro la infancia alargada.
Al despertarme, sus ojos anunciaron que seguiríamos nuestro camino, que quizás dejaríamos de vernos, pero su boca se detuvo para prometerme que siempre tendríamos esta magia, y aunque no creo más en los infinitos, ni en las repeticiones, en ese instante decidí que sería cierto su decir, que elegía creerle. Los chispazos de mi corazón serían el espasmo de un hipo repetitivo con sonidos metálicos en el paladar, en recuerdo de sus manos blancas y del sentimiento de saberme acompañada.

A mi gran amigo.

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