Le dije que me espere, que tenia que resolver antes otros asuntos.
Se asustó y guardo de un tirón el pequeño paquete plateado, era evidente que no esperaba mi respuesta. Nunca quise incomodarte -dije- tampoco espero que no tomes el tren de las siete, sé que otros van a venir a buscarte, me miro consternado, seguramente quiso que mi vida hubiera terminado ahí, la suya, la mía, la de todos los que se movían alrededor ejerciendo sutil presión en nuestros oídos, los que lastimaban.
Los espejos y las despedidas no son mi especialidad.
Hasta luego, me dijo.
Sé que me conocía más que eso.
Sonaban las campanas de la iglesia la noche del fin del mundo.
¿A dónde se irán a vivir todas las palabras que no te dije?
¿Todos los dolores de panza que no he tenido?
¿Todos los trenes donde no he viajado?
¿ Tienen memoria las cosas?
¿Guardan recuerdo los lugares de las personas que los han visitado?
¿Alguna vez alguien me miro y pensó que yo valía el esfuerzo?
¿Alguna vez habrás deseado que no deje de sonar?
La tierra se abre y la gente chilla desde la herida que no se muestra física.
Me acorde de Alexia el día que nos pintamos con esmalte de uñas mechones en el pelo. Me acorde de Nico y de las excursiones en el fondo de su casa, oxidada y silenciosa.
Es la noche del fin del mundo y todos vamos a morir.
Mi último novio irlandés hurtó cuatro gallinas de mi patio
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